viernes, 29 de junio de 2012

La máquina que mueve al mundo (Ensayo)


“Una máquina puede hacer el trabajo de 50 hombres corrientes. Pero no existe ninguna máquina que pueda hacer el trabajo de un hombre extraordinario”.

Elbert Hubbard
    
   Con el pasar de los tiempos el ser humano, influido por sus ansias de supervivencia y desarrollo, se ha adaptado a las necesidades ambientales, políticas, económicas, entre otras, demostrando así una evidente evolución. Al igual que esta evolución humana, la ciencia y la tecnología, talladas por la mano del Hombre y a pesar de no ser humanos, han sufrido su propio progreso. Su camino empieza desde el descubrimiento del fuego, como una chispa fundamental; luego, la invención de la rueda, sirviendo ésta empezar a  recorrer toda la gran vía por los avances científicos y técnicos; llegando hasta los que se conocen en la era actual.
   
   No obstante, a pesar de la importancia que atañen estos avances, vale destacar algunos de los más relevantes: La máquina de Rayos X, nacidos de las manos de Wilhelm Röntgen; La Penicilina, que se le atribuye a Alexander Fleming; el telégrafo, por parte de Samuel Morse; la invención del computador; y uno que ha servido para el avance del transporte y la economía en el mundo: la máquina de vapor. A pesar que ya se habían gestado algunas semillas anteriores, por ejemplo los experimentos realizados por De Caus o del capitán Savery, no fue sino hasta cuando floreció a luz por parte de Thomas Newcomen la máquina de vapor, como se conoce.
      
   “Nada puede surgir de la nada”, dijo una vez el filósofo griego Parménides. Los trabajos realizados con el empleo del calor fueron los predecesores de este proyecto. Utilizando estos métodos, Newcomen, de origen inglés, pensó que podía mover una máquina con la acumulación de calor. De esta misma manera, el conglomerado de ideas y de calor humano, movieron sus motores para convertirse en el padre fecundador de la máquina de vapor. Éste invento surgió a través de una mezcla de la naturaleza misma: el fuego, para fundir el hierro, que se obtiene de la tierra, manos humanas e inteligencia, para darle su forma; lo que convirtió a esta máquina en un hito en la historia científica, siendo así la principal chispa que encendió el motor de la Revolución Industrial.
   
   La creación de Savery, no obstante, fue puesta en tela de juicio por parte de los mineros ingleses, que catalogaban de inútil. La máquina presentaba una gran desventaja, que, con el pasar de los tiempos, fue mejorada por Newcomen, llegando a su estado “alquímico” de esa era. Jhon Bernal, científico irlandés, en su libro “Historia social de la ciencia”, argumenta: “La máquina de Newcomen a diferencia de la de Savery, no necesitaba ser construida en el fondo de la mina, y al no precisar una elevada presión de vapor era mucho más segura” (1967, p. 446).
    
    Aún así, pese a la carencia de formación científica de Newcomen, se demostró con esto su gran ingenio: su máquina no había sido modificada en un período de 70 años, por Jhon Smeaton. Esto fue una prueba de que no es necesario ser un ingeniero o un científico formado académicamente para aflorar las ideas que nacen de la naturaleza humana. Es importante acotar que otros inventos realizados por él, funcionaron por más de cien años.
    
  Ahora bien, la evolución mecánica abrió paso a la creación de diversos sistemas de transporte como lo fueron la locomotora y el motor marino. Sin embargo, estos presentaron algunos problemas, como por ejemplo la implementación de la máquina de vapor al transporte acuático que generó una gran desventaja, ya que debía trasladarse el combustible en el mismo barco, limitando el uso de la máquina.
   
   A pesar de haber llegado a la era actual de tecnología, la electromecánica y la información, los parientes dejados por la máquina de vapor son ya de uso común e importante a nivel mundial, debido a su uso en las fábricas y medios de transporte, facilitando el intercambio comercial y la movilización, favoreciendo aspectos económicos y sociales. Sin embargo, esta invención nunca se podrá anteponer sobre su madre creadora: la humanidad. Ésta, que sin duda alguna, seguirá siendo, principalmente y día a día, la máquina que mueve al mundo.
  
Referencias bibliográficas
Bernal, J. (1967). Historia social de la ciencia. Edit. Península, Barcelona.

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