“Una máquina puede hacer el trabajo de 50 hombres
corrientes. Pero no existe ninguna máquina que pueda hacer el trabajo de un
hombre extraordinario”.
Elbert Hubbard
Con el pasar de los tiempos el ser humano,
influido por sus ansias de supervivencia y desarrollo, se ha adaptado a las
necesidades ambientales, políticas, económicas, entre otras, demostrando así
una evidente evolución. Al igual que esta evolución humana, la ciencia y la
tecnología, talladas por la mano del Hombre y a pesar de no ser humanos, han
sufrido su propio progreso. Su camino empieza desde el descubrimiento del fuego,
como una chispa fundamental; luego, la invención de la rueda, sirviendo ésta empezar
a recorrer toda la gran vía por los
avances científicos y técnicos; llegando hasta los que se conocen en la era
actual.
No obstante, a pesar de la importancia que
atañen estos avances, vale destacar algunos de los más relevantes: La máquina
de Rayos X, nacidos de las manos de Wilhelm Röntgen; La Penicilina, que se le
atribuye a Alexander Fleming; el telégrafo, por parte de Samuel Morse; la
invención del computador; y uno que ha servido para el avance del transporte y
la economía en el mundo: la máquina de vapor. A pesar que ya se habían gestado
algunas semillas anteriores, por ejemplo los experimentos realizados por De
Caus o del capitán Savery, no fue sino hasta cuando floreció a luz por parte de
Thomas Newcomen la máquina de vapor, como se conoce.
“Nada
puede surgir de la nada”, dijo una vez el filósofo griego Parménides. Los trabajos
realizados con el empleo del calor fueron los predecesores de este proyecto. Utilizando
estos métodos, Newcomen, de origen inglés, pensó que podía mover una máquina
con la acumulación de calor. De esta misma manera, el conglomerado de ideas y
de calor humano, movieron sus motores para convertirse en el padre fecundador
de la máquina de vapor. Éste invento surgió a través de una mezcla de la naturaleza
misma: el fuego, para fundir el hierro, que se obtiene de la tierra, manos humanas
e inteligencia, para darle su forma; lo que convirtió a esta máquina en un hito
en la historia científica, siendo así la principal chispa que encendió el motor
de la Revolución Industrial.
La creación de Savery, no obstante, fue
puesta en tela de juicio por parte de los mineros ingleses, que catalogaban de inútil.
La máquina presentaba una gran desventaja, que, con el pasar de los tiempos,
fue mejorada por Newcomen, llegando a su estado “alquímico” de esa era. Jhon
Bernal, científico irlandés, en su libro “Historia
social de la ciencia”, argumenta: “La
máquina de Newcomen a diferencia de la de Savery, no necesitaba ser construida
en el fondo de la mina, y al no precisar una elevada presión de vapor era mucho
más segura” (1967, p. 446).
Aún
así, pese a la carencia de formación científica de Newcomen, se demostró con
esto su gran ingenio: su máquina no había sido modificada en un período de 70
años, por Jhon Smeaton. Esto fue una prueba de que no es necesario ser un
ingeniero o un científico formado académicamente para aflorar las ideas que
nacen de la naturaleza humana. Es importante acotar que otros inventos
realizados por él, funcionaron por más de cien años.
Ahora bien, la evolución mecánica abrió paso
a la creación de diversos sistemas de transporte como lo fueron la locomotora y
el motor marino. Sin embargo, estos presentaron algunos problemas, como por
ejemplo la implementación de la máquina de vapor al transporte acuático que generó
una gran desventaja, ya que debía trasladarse el combustible en el mismo barco,
limitando el uso de la máquina.
A pesar de haber llegado a la era actual de tecnología, la electromecánica y la información, los parientes dejados por la máquina de vapor son ya de uso
común e importante a nivel mundial, debido a su uso en las fábricas y medios de
transporte, facilitando el intercambio comercial y la movilización,
favoreciendo aspectos económicos y sociales. Sin embargo, esta invención nunca se
podrá anteponer sobre su madre creadora: la humanidad. Ésta, que sin duda
alguna, seguirá siendo, principalmente y día a día, la máquina que mueve al
mundo.
Referencias bibliográficas
Bernal, J. (1967). Historia social de la ciencia. Edit.
Península, Barcelona.
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